En el recuerdo de muchos
de los presentes quedará la época en que, al llegar la Cuaresma, el
pueblo se recogia y se preparaba para la celebración de los actos
de la Semana Santa. Los más jóvenes acudían a recibir la ceniza el
miércoles que marca el inicio de la misma, con la alegría de no ser
un día lectivo. Las imágenes de los templos se tapaban a fin de crear
un ambiente de recogimiento. Predicadores eran reclamados y venían
a concienciarnos del tiempo litúrgico que se aproximaba, realizando
esplendorosas charlas desde los púlpitos, en las que demostraban sus
buenas dotes de orador. Ellos conjugaban el latín y el castellano
de tal forma que anonadaban al oyente.
Pasando
los días y, el Jueves Santo, cuando las campanas de los Templos anunciaban
la Muerte de Nuestro Señor, se enmudecía el pueblo. Las lavanderas
dejaban de entonar canciones mientras realizaban sus labores. Los
niños enterraban sus canicas y zompos, quedándose el consuelo de poder
"jugar" a realizar procesiones por el pasillo de su casa,
portando pequeñas andas realizadas al efecto con gran imaginación.
La radio, y más tarde la televisión, emitían música sacra e informativos
intercalados por películas de tema religioso. Los bares apagaban el
"picú" e invitaban a los clientes a que suspendieran sus
partidas de juegos de azar por la muerte del Señor. La Cofradía se
presentaba como único campo de acción para los jóvenes, y los no tan
jóvenes, de la localidad.
Con el anuncio de la Pasión de Cristo, revive en nuestro interior toda una vida de enseñanzas morales, que depositaron nuestros mayores en el corazón y en las costumbres de cada familia. Y, a pesar de las circunstancias y en las nuevas formas de vida, parece que nos alejan de esas vivencias; con la llegada de la Semana Santa, se enciende nuevamente en el sentimiento aquellas costumbres, aquellas oraciones, aquellas celebraciones tradicionales, que oímos de labios de la madre, o que cumplimos de la mano del padre.
En esas reflexiones, se mezclan los recuerdos de niño; la alegría de los días de fiesta; los zapatos nuevos; la palma; las imágines y sus capuchinos... Y en el intenso olor a flores y a velas, todos sentimos un poco aquello en cada Semana Santa, a pesar de los años.