Nos resulta relativamente fácil conocer la vida y la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Hemos leído y escuchado mucho sobre la Pasión del Señor; nos hemos conmovido en las Procesiones de Semana Santa viendo escenas impresionantes.
Domingo de Ramos es como la puerta de Semana Santa. Jesús entra procesionalmente en Jerusalén, pero más que una marcha triunfal, es una procesión y entronización llena de encanto. Cristo, el Mesías, tiene su propio estilo. Le gusta lo sencillo, lo espontáneo, lo pacífico.
Jesús, es el triunfo de la paz sobre la violencia, de la sencillez sobre las grandezas, de la alegría sobre las tristezas, del amor sobre el odio, de Dios sobre las miserias humanas.
En Jueves Santo, Jesús, antes de su muerte, quiso celebrar una fiesta con sus discípulos. Sería a la vez despedida y anticipo de la Pascua, alianza de amor y anuncio de muerte.
Viernes Santo, Jesús, en su camino hacia el Calvario y con la Cruz a cuestas tuvo que dar pasos muy duros y dolorosos por todos nosotros.
La Vigilia Pascual es para los cristianos el momento culminante del año, porque Jesús, el Crucificado, vive para siempre y nos da su misma vida.